miércoles, 11 de agosto de 2010

Asco y deseo

Orfa Alarcón

“Dulce cuchillo” es un cuchillo de dos filos: el asco y el deseo. La hoja del asco puede cortar, infectar, lacerar y hurgar hasta el fondo del estómago. La hoja del deseo es la más terrible: es capaz de llegar a la raíz del corazón y arrancarle a trozos la voluntad.

Esta nueva novela de Ethel Krauz es un viaje a la historia de la protagonista, Magdalena, mujer-niña, niña-mujer, niña-vieja, como ella misma se describe, porque ella conoce el asco, y el dolor desde que era bebé y ya era grande: el abuso la hizo crecer antes de que creciera su cuerpo.

Magdalena es una protagonista doblada y humillada. Es, durante los primeros 40 años de su vida, una muñeca que cualquiera puede manipular, desnudar, voltear o toquetear, rudamente o sólo con la vista, por lujuria o por capricho.

Ella es una mujer que se asume víctima, porque aunque sabe que ese no es el único papel que puede jugar a lo largo de la vida, no sabe cómo abandonar ese rol, y así va de un agresor a otro, el más cercano, el más íntimo, el director de su escuela, la amiga, el portero, el hermano, el padre… siempre personajes de los que ella espera protección o, por lo menos, comprensión.

Las promesas que no se pronuncian, las implícitas, son en las que más confiamos, las que, al romperse, son capaces de lanzarnos al abismo de la decepción, la desesperanza y la duda. Esas promesas que no necesitamos oír de los más cercanos: “siempre te voy a querer”, “siempre te voy a cuidar”, “siempre estaré contigo”, y no necesitamos oírlas porque nuestro lazo se basa en que, más que palabras, esas promesas son hechos. Por eso cuando se rompen se trastorna todo y las Magdalenas del mundo, esas mujeres a las que sin razón se les ha despojado de todo, se convierten en muñecas que pasarán de un dueño a otro.

Si bien el abuso sexual al que es sometida la protagonista desde niña es el tema central de la novela, este no es el único tópico imprescindible en la misma.

El otro lado del cuchillo, ya lo había comentado, es el más terrible. El deseo es un filo que lleva a Magdalena a instalarse a vivir en la pesadilla, mudarse al dolor, abrirse más una herida, echarse limón, caminar en la cuerda floja y, a pesar del exhaustivo entrenamiento, terminar cayendo, cayendo, cayendo.

Porque si bien, ese deseo es un deseo satisfecho, es un deseo muy particular e hiriente: es el deseo hacia su propio agresor. De todos aquellos que la han manipulado y utilizado, es el personaje T. (así lo nombra la protagonista) quien se convierte en una necesidad. El objeto del asco, así, se convierte en el objeto del deseo.

“Dulce cuchillo” es una novela conformada por varios narradores. Cada uno de estos narradores va contando la parte que le corresponde de la historia. Unos miran a través del amor, otros a través de la desesperación, otros a través de la sed de ser amado que, como dice Ethel Krauze, es una sed de estar en un desierto lleno de agua, bebérsela toda y continuar sediento. Pero a pesar de los diversos narradores, hay una voz predominante: la de la protagonista.

Es la voz de Magdalena una voz que nos cuenta una, y otra vez, cómo, cuando iba al baño, la espiaba el amante de su madre, el personaje T., cómo la llevó con engaños a un motel cuando ella ni siquiera sabía qué era eso, cómo la desnudó y cómo ella volvió a su casa a fingir que leía con un libro de cabeza sobre las piernas. Es esta repetición de los hechos hirientes los que permiten al lector comprender el infierno vivido por un personaje abusado: una vez, otra vez, una y otra vez para empezar de nuevo. Para Magdalena, en su voz de víctima, es más fácil contarnos repetidas veces cómo vivió este horror que contarnos el lado placentero del cuchillo.

Lo que no cuenta Magdalena, lo que deja a la interpretación del lector, es cómo le hizo para transformar este asco en deseo, no nos cuenta qué estrella explotó dentro de ella que la iluminó, que la liberó de ataduras y la hizo convertirse en la amante del hombre de su madre. Eso es más íntimo aún que cualquier abuso recibido, ese es el lado peligroso del cuchillo. Magdalena reserva para sí lo más sagrado porque le pertenece sólo a ella.

La protagonista, con todo y la estrella que le irradiaba dentro, nos lleva a través de la novela a una recreación de la locura, al frenesí, a la culpa, al capricho y a la justificación. Sin embargo, “Dulce cuchillo” no es sólo una novela de victimización, es sobretodo, un canto al triunfo de la vida. A lo largo de la novela y a cada recuento de los daños, la protagonista es un personaje que va creciendo, tanto en presencia como en madurez, y va convirtiéndose en esta compleja mujer que decide que gane la vida, que decide amar a cada uno de los días que tiene los pies puestos sobre la tierra, aunque esta tierra no sea un lugar que la trate con miramientos.

Un personaje fuerte, una lírica impecable, una narrativa envidiable y una historia estremecedora, ajena y propia a la vez, son las piezas con las que Ethel ha jugado para mostrarnos esta irrepetible historia.

Gracias a Ethel Krauze por este cuchillo que nos atraviesa y nos seduce.


Dulce cuchillo

Editorial Jus, 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario