jueves, 28 de octubre de 2010

Conocer México


¿Cómo entender este México? No se nos habla de él en los libros de historia. Los periódicos no lo muestran del todo. Los noticieros en la televisión hablan de él con menos importancia que si hablaran de Lady Gaga o de los Jonas Brothers. Del México que sabemos, porque es el que nos ha tocado vivir, aprendemos por lo que dicen los vecinos, por los ruidos de las balas, por las narcomantas, por los hashtag de twitter, por la inseguridad que nos acosa día tras día. Sabemos de este México, lo poco que sabemos, porque salimos diario a la calle a ganarnos la vida, y lo que ven nuestros propios ojos nadie puede manipularlo. Sabemos de este México, lo poco que sabemos, porque lo padecemos en carne propia.

El periodismo en nuestro país es un ejercicio perseguido, anulado, cortado de tajo. Son innumerables los casos de periodistas asesinados, de hecho, ni siquiera se tiene una cifra real al respecto: asesinados, desaparecidos, levantados, secuestrados... para el caso es lo mismo. Viene a mi mente el caso de Luis Carlos [insertar link a: http://juarezenlasombra.blogspot.com/2010/09/quien-era-luis-carlos-por-el-padre-del.html], reportero gráfico de 21 años, asesinado en Ciudad Juárez, ciudad que, cada que es mencionada en los medios, nos hace cerrar los ojos o voltearnos para otro lado, sintiendo dolor y pena.

Que en este contexto de persecusión y censura hacia los periodistas aparezca un libro como “Ciudad del Crimen”, del multipremiado escrito Charles Bowden, da la sensación de leer un libro prohibido. Da un remordimiento inacabable: ¿qué hemos hecho para crear un campo de tiro llamado Ciudad Juárez? ¿Qué hemos hecho, o qué le hemos permitido hacer a nuestros gobernantes?

Cada una de las páginas de “Ciudad del crimen” brilla por la rojez de la sangre, pues en cada página hay, al menos, un muerto.

Ernesto Romero Adame, treinta y tres años, día de Año Nuevo, 2008. Está sentado en su Volkswagen Jetta 2005 negro. Tiene agujeros de bala en el cuello, la gargante y el pecho; murió en el acto y espera en la Avenida Triunfo de la República. Es el primer funcionario asesinado de la temporada. Veinte minutos después de la media noche, el domingo 20 de enero, Julián Cháirez Hernández es encontrado muerto, asesinado con arma de fuego. Era teniente de la policía municipal y tenía treita y siente años. Siente horas y diez minutos más tarde, Mirna Yesenia Muñoz Ledo Martín es encontrada dentro de su propia casa. Está desnuna y ha sido apuñalada varias veces. Tenía diez años de edad...

...un muerto del cual nunca hablarán los diarios nacionales porque estamos condenados a no conocer nuestro propio México. Es “Ciudad del crimen” una lectura que se realiza con sorpresa, con terror, con una incomprensión absoluta acerca de los móviles que han desencadenado tanta sangre. Este libro impactante nos revela a Ciudad Juárez desde dentro, no desde los encabezados, ni desde las películas: Ciudad Juárez es la ciudad donde la única ley que existe es la de la supervivencia, ya no del más apto, sino del más armado.

Más que un recuento, y de los datos importantes (En el año 2000, la fuerza especial contra el narcotráfico se había sumado al cártel del Golfo; se convirtió en el grupo conocido como Los Zetas), este libro es un acercamiento demasiado próximo, incluso incómodo, a las víctimas, a los huérfanos, a los que viven en la fe (o en la locura) de que pueden aportar un grano de arena, que si bien no hará el cambio para una ciudad completa, hará un cambio para una vida, una sola, y es que, ¿será tan difícil para algunos recordar cuál es el valor de una vida humana, una sola?

La atracción que siento por el Pastor se debe en parte a esto. Él se hace cargo de los desechos del sistema mexicano de salud, del sistema carcelario mexicano, y de la compasión de México. También se hace cargo de los locos peligrosos que detiene la patrulla Fronteriza de Estados Unidos. La agencia los repele para no lidiar con ellos. Y el Pastor hace un hueco y los lleva a su lugar de locos en el desierto, y por primera vez en años estas personas dejan que alguien las toque, sin ponerse a temblar...
El Pastor es una lente de aumento, y si miras a través de esta lente, verás a esa gente invisible porque él es su última y única esperanza.

Este libro nos revela a una ciudad que queremos olvidar, que queremos hacer de cuenta que nunca pasó, pero que es parte de ese México que no conocemos, y que no por eso nos resulta ajeno.

miércoles, 13 de octubre de 2010

El infierno

Una de las películas mexicanas más discutidas en estos últimos días es “El infierno”, película de Luis Estrada, con las actuaciones de Damián Alcázar y Joaquín Cosío. Existen al respecto opiniones muy encontradas: hay quienes entraron muy escépticos a la sala de cine y salieron gratamente sorprendidos; hay quienes ni siquiera se han animado a entrar al cine al verla, asustados por las imágenes de la publicidad; hay quien dice que con tanta sangre en las noticias, ¿para qué quiere ver más?...

Pero, ¿qué tiene “El infierno” que causa tan dispares reacciones? El infierno, como se enuncia (sin necesidad) varias veces en la película, no es más que la realidad que está acechando a cada quién desde la ventana: la realidad mexicana de esta guerra fallida.

“El infierno” no tiene historias fantásticas, ni increíbles, no para nosotros. Todo lo que sucede en “El infierno” es parte de nuestro vivir de todos los días, ¿por qué tenerle miedo a la historia de un paisano que al ser deportado a su país lo encuentra sumido en la violencia y la rapiña? ¿qué acaso esa no es una historia que de sobra nos sabemos, que hemos visto con nuestros ojos infinidad de veces? ¿Por qué cerrar los ojos ante la historia de un narco que es amigo del jefe de policía, del presidente municipal, y hasta del presidente de la república? ¿Acaso nos resulta una historia inverosímil, acaso no la hemos oído varias veces antes? Esas son las historias de “El infierno”: narcos traicionados por su propia sangre, asesinatos entre hermanos, narcomantas, niños que quieren ser sicarios, policía corrupta, balaceras infinitas, destazados, muertes sin sentido, muertes por venganza, muertes por orgullo, muertes nada más porque sí...

La película da una panorámica de lo que sucede en cualquier poblado pequeño de nuestro país, absorbido por el narco, (¿o eso no nos pasa a nosotros?, ¿cuántos alcaldes de municipios pequeños han sido asesinados en este sexenio?). Narra las escenas con humor negro pero totalmente verosímil, es decir, no hay una sola situación o diálogo forzado y es precisamente ese uno de los grandes aciertos de la película, que aunque todo lo que pasa es ridículo, en varios lugares de nuestro país están pasando las mismas cosas de manera exactamente igual. El ritmo de la historia transcurre muy ágilmente, y cuando menos se da uno cuenta, ya se terminó la película de más de dos horas. No se siente porque es una historia bien construida, con las cantidades exactas de humor, de sexo, de violencia y de reflexión... todo con presentado en el momento adecuado.

Las reacciones que causa “El infierno” son las mismas que causa nuestra realidad mexicana (es decir, el infierno), nuestra realidad de mexicanos que a pesar de las balas perdidas salimos a diario a ganarnos la vida, porque en estos días mayor es el valor que se requiere para salir a cumplir con una jornada laboral que el que se requiere para jalar un gatillo. Estamos sitiados, secuestrados en nuestras propias casas, inseguros en nuestras propias camas. Hacia nuestra realidad hay reacciones ingenuas de gente que cree que el delito está lejos, que los balazos son entre narcos; también hay reacciones de horror de parte de los que estamos al pendiente de las noticias (o de quienes, desafortunadamente, se han convertido en noticia).

Un amigo me dijo que ojalá “El infierno” no sea el cine que represente a nuestro país a nivel internacional. Ojalá que sí. Ojalá que todo mundo se entere de lo que pasa en nuestro país: de la pobreza, de la corrupción y del estúpido afán de arreglarlo todo a balazos.

Es lamentable el hecho de que resonara más y causara más espanto la noticia de que los Jonas Brothers cancelaban su concierto en Monterrey por la inseguridad, que la noticia de un niño baleado en la misma ciudad. La noticia de un niño herido por una balacera entre narcos y policías pasó totalmente de noche, opacada por la desilusión de no poder oír en vivo a los Jonas. No hubo protestas, no hubo un país exigiendo seguridad, no hubo siquiera suficiente espacio en los medios para un niño herido. Ambas hechos sucedieron el mismo día, pero los mexicanos sólo ponemos atención en las notas que queremos.

“El infierno está aquí”, dice uno de los personajes de la película. De nada vale cerrar los ojos a lo que nos está pasando, el infierno está más cerca de lo que queremos admitir y hacer como que no oímos, que somos de palo, no va a volvernos inmunes.

O que, como dijo cierto gobernador, ¿la realidad “nos da asquito”?